domingo, 28 de septiembre de 2014

Otro cuadro más y otro poema.






I.

Una lejana línea
blanca que entre los pinos
se refleja en el agua
de un incesante y brusco
mar de papel de arroz.

II.

Hileras de paraguas
reteniendo la lluvia
como en un cuadro de Hokusai.

III.

Como escribe Mantegna
seguro y resignado
junto a una mecha ardiente
al pie de la que acaso
fuera su última tela:
“Sólo Dios es eterno,
y lo demás es humo”.

IV.

Es como ver un leve
destello de óxido
del río Hudson
entre la tundra
de piedras de Venecia.

(“Nil Nisi Divinum Stabile Est, Caetera Fumus”, San Sebastiano, Andrea Mantegna, 1505-06, Venecia, Cá d’Oro)

martes, 9 de septiembre de 2014

Animado por algunos amigos lectores, ahí va otra écfrasis, como dicen los críticos académicos.








En la minuciosidad imprevista
de un abismo de luz
el espectro de los acantilados
hace lentos a los gigantes fríos.
El instante nos cambia
igual que los huesos de un esqueleto
reconstruyen su carne.

El tiempo certero de las mujeres
se inscribe en la cámara en abanico
de todas las conchas de los moluscos,
mientras la inmortalidad de la infancia
nos mira con fijeza distraída,
con la extrañeza a hombros
de leves y torpes geografías.

La ansiedad del tiempo así calculada
en los días que quedan
de vida laborable,
en las hojas que quedan por llenar
en un viejo diario ya repleto.

La marea baja de un mundo en vilo
y la luz milagrosa
de la órbita elíptica de un cometa,
el tiempo escaso de un guijarro oscuro
sobre la blanca historia de una playa.

(La bahía de Pegwell, Kent: recuerdo del 5 de octubre de 1858de William Dyce. Tate Gallery de Londres)