I.
Una
lejana línea
blanca
que entre los pinos
se
refleja en el agua
de
un incesante y brusco
mar
de papel de arroz.
II.
Hileras
de paraguas
reteniendo
la lluvia
como
en un cuadro de Hokusai.
III.
Como
escribe Mantegna
seguro
y resignado
junto
a una mecha ardiente
al
pie de la que acaso
fuera
su última tela:
“Sólo
Dios es eterno,
y
lo demás es humo”.
IV.
Es
como ver un leve
destello
de óxido
del
río Hudson
entre
la tundra
de
piedras de Venecia.
(“Nil
Nisi Divinum Stabile Est, Caetera Fumus”, San Sebastiano, Andrea
Mantegna, 1505-06, Venecia, Cá d’Oro)