sábado, 8 de noviembre de 2014

VIVIR EN EL ENVÉS

Pornografía para insectos o más bien El desvividor
José María Parreño
Valencia. Pre-Textos, 2014
87 páginas. 15 euros


     El poema que abre este libro habla de esas orquídeas que, mimetizando la forma de las hembras de abeja, consiguen ser polinizadas cuando los machos tratan de aparearse con ellas: “Estas flores son / pornografía para insectos”. José María Parreño despliega un proceso similar (señalado por Vicente Luis Mora en sus trabajos sobre la identidad narrativa) al de esas arañas que construyen en sus redes un doble de sí mismas para, en una maniobra replicadora, dirigir a sus depredadores hacia un objetivo falso idéntico al original. Sus poemas nacen así, a escondidas de su autor, pues “es la autobiografía de un yo al que antes no había tenido acceso”. Una réplica, un “yo” alternativo, una identidad que se “desvive” y sabe que “Todo se puede decir / a través de otra cosa, / que no es / y que en cambio revela / una oculta verdad”. Como Ulises ante los feacios, el autor y el lector van a escuchar su historia contada por otro, desde otro lado, acaso la única manera en que puede ser contada: “Vivo en su envés, / miro / por la rendija negra / de su parpadeo”. Una voz que se vuelve sobre sí misma, que dice eso que sin el otro no podría revelarse. Como un entomólogo o un cartógrafo que saben que “no hay / adónde ir / y que la vida trata de otra cosa”, únicamente cabe mostrar un “aquí” que “sólo es / la rúbrica de grietas / que deja / lo arrancado”. Un libro repleto de pliegues que se expanden y se recogen en un “yo” desdoblado y replicante, capaz de proyectarse en el/lo otro: “Esto es: caminamos, / pero no para llegar, / sino para hallar / algo en nosotros”. La fuerza de este libro des(en)carnado, nace justo ahí, en su voluntad de mostrar lo perdido y escondido, la dureza de “los huesos que abrazaron / cada día / su contradicción”.


"Pornografía para insectos" de José María Parreño, reseña publicada en Babelia - El País, el sábado 8 de noviembre.

jueves, 6 de noviembre de 2014

LAS CANCIONES DORMIDAS DEL DESPIERTO

Disolución del nocturno
Ildefonso Rodríguez                                                                  Amargord. Madrid, 2013
116 páginas



      El espacio del sueño y el espacio de la música (el jazz y la improvisación libre) son, entre otros, dos de los ejes vertebrales decisivos de la escritura de Ildefonso Rodríguez (León, 1952). El sueño, que ha sido elemento esencial y recurrente de su obra, pues muchos son los lugares, las voces y los personajes que pueblan sus fronteras, alcanza en Son del sueño (Ave del Paraíso, 1998) y ahora en Disolución del nocturno, un lugar preciso de necesidad, de comprensión de una realidad sin simulacro que acude al rescate de la vida gracias a esa figura que el pensamiento romántico llamó un “poeta escondido”. Es evidente la inmersión en la tradición literaria del sueño que, desde los románticos alemanes, pasando por Robert Louis Stevenson, Arthur Rimbaud, Gérard de Nerval o el surrealismo, llega a nosotros a través de Franz Kafka, Henri Michaux, Bruno Schulz o J. V. Foix, sólo por citar algunas de las muchas presencias de un libro que es un mosaico, un “retablo” sobre los sueños, a partir de los sueños, entorno y alrededor de los sueños. Su audacia es mostrar esa otra parte que tanto buscó Alfred Kubin, quizás la parte más grande de una realidad que, transformada en un gran juego personal, se extiende sobre todas las certezas del mundo.

Son los juegos sin fin del “yo” y del “otro”, del doble, de las voces que en este libro se acumulan y se hacen presentes: la del “durmiente” y la del “despierto”, la de un “tercero inexistente” y reflexivo, la del “lector” y el “vigilante”, la de los amigos y la memoria, la del amor y la del deseo. Ese tercero inexistente, acaso oculto, esa “voz intermedia”, esa “voz tercera” que dice, está en relación sin duda, con ese nuevo lenguaje que Basarab Nicolescu abre a la escritura al introducir la lógica del tercero secretamente incluido en la lógica clásica aristotélica, y que obedece al principio de identidad de no contradicción y del tercero excluido. Una revolución absoluta, como dice Clara Janés, pues este principio del tercero secretamente incluido hace el papel de símbolo viviente que une las contradicciones, que las abraza y las funde. Hegel ya definió el yo infinito y el yo finito; la filosofía moderna e idealista la división tradicional entre contemplado y contemplante; el yo y el no-yo de Fichte. Una infinitud que encuentra su reflejo en el sueño, entendido como posibilidad de ser, una nueva versión de la vida interior e inconsciente, una realidad mayor, en tanto en cuanto permite el acceso a instancias o fuerzas que superan las limitaciones de la razón, del individuo, de la percepción sensorial o de la misma realidad externa: el sujeto no parece querer ni temer nada, pues al que sueña le “ocurren” sus deseos y sus temores. Una realidad interior distinta y superior a una realidad inserta en la causalidad y en la cotidianeidad, y donde la identidad sabe de la posibilidad de la desintegración o del desdoblamiento.

Ildefonso Rodríguez asume el sueño, en su uso literario, como un modelo poético, pues como llegó a decir Jean Paul, “la poesía está hermanada con el soñar y el soñar es una especie de poesía involuntaria”. Así pues, en vez de padecer el sueño, lo que este libro hace es elaborarlo como elemento de re-construcción literaria y poética, o siguiendo a Gérard de Nerval, dirigir los sueños en vez de someterse a ellos, dar significado al orden de las asociaciones, crear formas de pura musicalidad. Para distinguir el sueño de otros elementos imaginativos o mágicos, nace esa alteridad referencial y narrativa, porque “la identidad también es una forma del sueño”. Esa proliferación de dualidades proyecta el yo infinito de la lectura del que hablaba Hegel a partir de la materialidad de la escritura. Como ha expresado con certeza el psicoanalista James Hillman: “cada vez que traemos un sueño a la vida estamos dando más fuerza a su dominio; cada vez que relacionamos un sueño con sucesos cotidianos de nuestra realidad de carne y hueso, eso es materialismo”.

Quizás sea este su libro más autobiográfico, el que busca un lector que admita no sólo la búsqueda, sino la complicidad, pues sentimos que el sueño se convierte en un operador de realidad, un lugar que “se distingue por un matiz, un disturbio en las proporciones, un aire que se adensa o enrarece a medida que el lector o quien escucha absorto la historia, pues el lugar suele estar hecho siempre de palabras, se adentra, se posa en él”. Un lugar material de reconstrucción, o como dice Aldo Sanz, una especie de relato o de superficie acuosa (“esa agua (que) pone en relación las palabras y las cosas”), una “líquida lírica” que permite el paso por los vasos comunicantes de la vigilia y el sueño, por el reverso del sueño vigilado: “Pero no hay respuesta, cuando dormido y despierto, soñado y soñador se han confundido tanto que ya tienen un solo nombre. Ese nombre es Nadie”, y que recuerda tanto a Michaux hablando de la nada en sí que es casi todo. El sueño entonces se despliega por este libro -a la vez narrativo y poético, al tiempo reflexión y creación- superabundante y libre, errante y transformador, con un punto de tensión que lo envuelve sobre sí mismo, y donde se junta con el puro presente del instante de la escritura: “Qué límites y marcos podrían ponerse a esas luces, esos brillos que abren la negrura del que busca su visión con los ojos cerrados?”.

       El lector encontrará aquí fragmentos y recuerdos de sueños acompañados de asociaciones, digresiones, confesiones y postulados, propuestas y antagonismos, consideraciones y reflexiones, películas contadas (ya dijo Buñuel que “los sueños son el primer cine que inventó el hombre, e incluso con más recursos que el cine mismo”), todo ello conectado en  un “híbrido”,  en una “madeja” casi teatral, en un “libro de injertos”, en un espacio “polimórfico” lleno de personajes y escenarios, figuras y sucesos que, compuestos y reunidos al compás de tantos años y tantos sueños, vienen a mostrarnos, con un lenguaje arriesgado pero preciso, la vida del soñador despierto. Una suerte de Odisea de sí mismo en la que presenta un modo posible de atravesar, con las palabras, los movimientos y realidades del sueño. En este universo, todo pasa del lado de las palabras, que crean un mundo-otro gracias al campo de fuerzas del sueño vigilado. Los sueños nocturnos tienden la imagen transformada de los sueños del día: “Todos los sueños narrados son sueños inventados”. Al fin y al cabo, como dejara dicho Xavier Villaurrutia, el sueño abandona lo nocturno y se vuelve el contorno que dibuja el mundo, un mundo que empieza a ser el dibujo del sueño. Lo nocturno es entonces una luz que se proyecta sobre la pantalla de la oscuridad. Lo nocturno es el oleaje de la noche, su interior. Algo predestinado no a la vigilia sino al sueño. Son los elementos del sueño, aquellos que se vierten en la vigilia para soportar el espacio diurno de la existencia, los que Ildefonso Rodríguez toma para definir el mundo. El sueño, que es búsqueda, noche petrificada de lo mismo y lo otro, alcanza a ser en Disolución del nocturno, noche disuelta, encuentro, luz, salida, pues sólo “así sería aguantar el vértigo asomado al barranco”, la recomposición de la “vida fragmentada, esa vida que genera la excitación y la angustia del narrador despierto”. Un narrador lírico que se busca en “una cadena infinita de dormidos y despiertos, soñados y soñadores. Allí ninguno de los dos es más real que el otro, el mismo nombre los iguala”. Son, acaso, las canciones dormidas de quien va “despierto y por la calle”.



Publicado en la revista "Nayagua", nº 20, junio 2014, p. 226-230.

http://www.cpoesiajosehierro.org/web/index.php/nayagua/item/nayagua-20